Me
viene a la memoria aquella tarde en la que ambos nos escapamos de nuestra vida
rutinaria para encerrarnos juntos en la plenitud. Quedamos a una hora
determinada en un sitio distinto, todas las precauciones a los ojos de los
demás eran pocas, llegamos separados, solía ser así, esta vez llegué después
porque tú ya te habías encargado que así fuera. Lo que vi al entrar nunca lo
olvidaré: tú tendida, boca abajo en la cama, sin nada más que esos zapatos de tacón rojo que unos días antes te habías comprado y me habías mostrado
- ¿Te gustan? me preguntaste, asentí y te dije: Te sentarán muy bien, pero con
ellos, sólo con ellos...
Así fue… nunca olvidaré el resplandor ante mis ojos, que lo iluminaron todo… mi
entrepierna también, que emitían puestos en tus pies, tendida, receptiva,
con tu precioso pelo suelto, mirándome de soslayo como sólo tú sabías hacerlo,
diciéndomelo todo sin necesidad de emitir palabra alguna. Rápidamente me
abalancé sobre ti, besé tus labios, cuello, lamí tus orejas lentamente y descendí
por tu espalda saboreándola, sintiéndola, notando tú piel temblorosa,
suplicante, tanto que percibí tu humedad intensa con un olor fragante cual
perfume embriagador que me aturdía y me
hacía perder el conocimiento dulcemente logrando, como una milagro, que me
excitaba aún más y más…
¡Lo pienso y lo vivo… nuevamente…!
Te pusiste en píe apoyando ambas manos en la pared, abriendo tus piernas, tu
cuerpo marcaba una equis perfecta, subliminal, me arrodillé tras de ti, me cogí
a tus nalgas y saboree ese licor de dioses que emanabas con fluidez y que yo
bebía ansioso, necesitado de él, dependiente de él, recorriendo tus labios y el
surco de tu culo que se abría y abría deseando más, mientras te balanceabas
cadenciosamente adelante y atrás utilizando mi lengua como espada placentera
que entraba en ti, toda en ti, cual daga de fuego mojado, ansioso, hambriento,
tus gemidos incesantes me indicaban que mi camino era el correcto, la senda del
placer compartido, de la ruta sin norte ni sur, del único buscado, deseado,
encontrado, gozado sin falsos tabús, sin fronteras, sin miedos, hasta el fin
logrando un intenso orgasmo y después otro que te hacía contraerte, encerrando
mi cabeza, mi cara, mi lengua, aún más en ti…