lunes, 8 de febrero de 2016

Ruta de placer...


Nuestros rituales de placer y amor eran seguidos sin unas reglas fijas, cada encuentro tenía una hora de inicio, de final, pero lo que ocurría en ellos no estaba predeterminado ni escrito en nuestras mentes, nos dejábamos llevar, la sorpresa era constante, igual un día hacíamos el amor furiosamente, otros plácidamente, otros dominabas tú y yo sumiso me dejaba hacer placenteramente, otros era a la inversa y en la mayoría todos los ingredientes se mezclaban en un coctel explosivo donde el tú y el yo era lo importante, lo único, lo inigualable, nada del exterior nos importaba, el mundo se paraba para nosotros y por nosotros, el terremoto, el tsunami, la tormenta, el relámpago ocurría entre nosotros con descargas placenteras de caricias, besos, lamidos, palabras, jugos, olores, sabores y sensaciones indescriptibles que sólo tú y yo nos sabíamos dar porque ese era nuestro sino, nuestro fin gozoso, nuestra vida, nuestra muerte. Había, en cambio, un rito que siempre repetíamos y que será para siempre muestra de nuestro paso por los distintos lugares que fueron testigos de nuestra pasión, complicidad y amor: Antes de irnos, de decirnos adiós dolorosamente, porque nunca sabíamos cuando iba a ser el siguiente encuentro y con la congoja que eso nos suscitaba y aún desnudos, cogíamos uno de los cuadros que decoraban las habitaciones de hoteles, de casas prestadas, de… y con la barra de labios que siempre te acompañaba escribíamos tras él:

 “Aquí fueron felices, estas paredes los saben, M y A” 

Esa ruta del placer supremo está escrita, como prueba perenne, guía que sólo tú y yo sabemos y que yo moriría por hacer de nuevo. Recorrido indescriptible, que ahora parece un sueño, que fue real, vivida y gozada. Ahora la lloro porque la deseo. Te deseo más que nunca.